Este es uno de los viejos post de otro blog perdido y que he retocado, actualizado y publico de nuevo.
Cuando estudiaba en
el preuniversitario algunos de mis colegas me llamaban condesa, luego el mote
quedó en desuso, aunque suelo usarlo de vez en vez como como nombre de usuario
o contraseñas en sitios de Internet.
¿Por
qué a una simple hija de campesinos sin tierra y nieta de dos campesinos
arrendatarios antes de la Ley de Reforma Agraria le llamarían condesa?
Pues
no tiene esta incógnita mucho misterio si los lectores conocieran que el lugar
de residencia de esta autora, antes de sus 20 años, era el poblado rural “ElConde”, situado en el Barrio Carahatas, al norte del Municipio Quemado de Güines, de
la actual provincia de Villa Clara.
A
desentrañar el porqué del singular nombre de este poblado, así como otras
particularidades del lugar y un especial
reclamo dedico este trabajo. No es un sitio con una historia relevante, al
menos conocida, pero merece la pena investigarla.
Desde muy temprana
edad me preguntaba muchas veces, por qué vivía en un lugar con nombre de un linaje,
si era porque allí había vivido antes un Conde, o por alguna otra razón. Un
lugar cuyo paradero de tren se nombraba O’Reilly y en los papeles oficiales de
reportes de trabajo de mi padre, abuelos, tíos y parientes ponían Finca San
Francisco. ¿Por qué tres nombres para un mismo lugar? Ninguno de mis mayores
supo responderla nunca, seguramente por ignorancia de la historia de su
localidad.
Otras
particularidades de aquel insignificante batey despertaban mi curiosidad. Había
unos viejos muros, donde crecía la pitaya o pitahaya y entre los cuales sembraban
algunas de las familias más pobres, pero donde mayoritariamente campeaban los matorrales.
Era un lugar al que gustábamos de ir los fines de semana de exploración
infantil, pero que raramente nos autorizaban nuestros padres. Había y todavía hay
un inmenso pozo de agua del cual extraíamos el preciado líquido muchas familias
y casi nunca se quedaba sin agua en épocas de sequías. Y además había tres enormes
torreones a las entradas del batey, dos en una de ellas y otro por la otra, que
todos contaban pertenecieron al antiguo ingenio azucarero que un día hubo allí.
Para colmar mi curiosidad varias familias de personas negras tenían el apellido
O’Reilly, sin ser ellos familia entre sí.
Todas estas
incógnitas pudieron ser respondidas, en
parte, cuando no hace mucho tiempo, tuve acceso
a un reclamo escrito por alguien, desconocido para mí, pues no firmó el
trabajo, en una página en Internet. Este se refería a la necesidad de preservar
para la posteridad el torreón que aún queda en una de las entradas del poblado,
los otros dos fueron derribados por su mal estado hace años e igual suerte
corrieron muchos de los muros, al construir el caserío de los miembros de una Cooperativa
de Producción Agropecuaria creada con tierras aledañas al poblado. Hace unos años
estuve en el lugar y visité el torreón, le tomé unas fotos que les muestro
aquí. Es increíble como aun las maderas del techo y otras estructuras se conservan
en bastante buen estado.
Además de lo
anterior, en la página se describía algo de la historia del lugar. En esencia contaba
que en aquel lugar existió una fábrica de azúcar y derivados (ingenio) allá por
1820 fundada por el Conde O’Reilly y Adolfo
Molinet y Alfonso, al que nombraron San Francisco de Asís. Cuenta además que
los torreones se construyeron para proteger el central y batey en épocas de
guerra.
Quedan muchas
incógnitas aún por investigar, por ejemplo cuales eran las funciones de cada
uno de los muros que aún quedan. A los derribados, cuando se construyeron las
casas de los cooperativistas, se les llamaba por los habitantes del lugar, los
barracones, así que debemos asumir que pertenecieron al lugar de alojamiento de
los esclavos de aquel ingenio.
Presumo también que
las familias con apellido O’Reillys son descendientes de los esclavos de aquel
ingenio o central azucarero, por la costumbre de antaño de bautizar a los esclavos con el apellido del
dueño.
Estas
breves notas, las escribo entonces con el objetivo de llamar la atención y
salvar el valor patrimonial del aparentemente insignificante poblado en el que
viví mis primero 20 años.